-¡Mamita! ¡Mamita! El espejo me hace muecas.
-No le pongas cuidado mí amor.
Sentada en el asiento del tocador de la madre, frotaba el
vidrio con sus manos, mientras le hacía guiños y observaba los árboles y las
montañas que reflejaban el espejo.
-Espejo, espejito, decía. Quisiera entrar y conocer tú
mundo.
Aceptó gustoso. Se sintió más pequeña que antes. Adentro
encontró a un gato y un ratón que jugaban como dos viejos amigos. Eran los tiempos
en que los gatos ya no comían ratones, y estos no tenían pulgas ni transmitían
enfermedades. Eran conejillos de indias en los laboratorios de los científicos.
De un salto se metió en una gota de vapor de agua que
ascendía de la tierra húmeda a las nubes. Fue así como conoció la flora y la
fauna natural terrestre.
Más tarde regresó en una gota de agua que cayó en un pétalo
de una de las rosas del jardín de su casa.
-¡Mamita! El espejo me sigue haciendo muecas.
-Tranquila hijita; hazle muecas también.
Y la niña contenta porque la mamá no se dio cuenta del
paseo en el espejo, prometió guardarse el secreto.