La trampa


Los hombres cerraron las puertas y ventanas a toda renovación. Prefirieron mirar por las hendijas a las brujas que huían desesperadas sobre sus escobas en las noches de luna llena  seguidas de nubarrones, mantos maldicientes de juramentos e imprecaciones, y conjuros, para exorcizar las maldades de los nuevos vientos. Sapos, culebras, ratones y otros bichos, fueron expulsados de las bocas de los herejes en la larga noche de la inquisición, que ni el mismo Goya con sus pinturas pudo contra la ira de los juicios de Dios, que convirtieron a los justos en pecadores. Muchas historias se tejieron alrededor de los hombres y las mujeres de esa época. Algunos historiadores dicen que subrepticiamente la mayoría de ellos se dedicaron a hacerlas caer en sus trampas, y que cada uno buscó lo suyo para sí.

Procedían de la siguiente manera:
"Dejaban un vaso con agua en medio de los filos de las hojas de unas tijeras abiertas y tiradas en el piso a donde las quería coger. En la mitad de la noche ellas entraban sigilosas encantadas por las trampas, y se aparecían deseosas ante el cazador furtivo que las esperaba para hacer el amor".

Ahora ha cambiado la forma de atraparlas. Si las quiere coger siga mí consejo. Acuéstese cómodo, boca arriba, en la azotea de su casa o en una parte especial para la ocasión. Procure que sea el día en que el sol esté perpendicular sobre su cabeza, y la luna esté horizontal en el firmamento. Cierre los ojos. Espere unos minutos. Las verá en su imaginación danzar sobre la bóveda celeste. No se intranquilice. Desde el sol vendrán resueltas hacia usted. Llegaran pausadamente. Tome la que quiera, y disfrute.

Sí es mujer, haga lo mismo. La diferencia radica en que el sol debe de estar horizontal y la luna vertical a su cabeza. Relájese. Espere tranquila. Nos verá ir lujuriosos.