La leyenda del dorado

Así como existen otras tantas historias, hay una en la que un hombre debido a una extraña enfermedad no podía tener sueños. Sus coetáneos acudieron en su ayuda, pues si los perros  y los gatos, aullaban y ronroneaban  igual que otras especies animales, por qué este no. ¿Acaso  no ha visto a un perro, soñando? ¿O si no, entonces en qué quedaron los experimentos de Pávlov?  Podemos deducir que los animales también sueñan. Se decidió entonces que tenía que prestarse una mayor atención para que sus sueños afloraran como el de todos los humanos donde la imaginación y la realidad se confundieran, mientras la vida a través del tiempo nos infundía nuevas experiencias que se traducirían en expectativas, que a la larga serían otros sueños de un mejor bienestar. Hay sueños de sueños. Decidieron contarle cómo en las cuevas de Altamira encontraron unas pinturas rupestres de nuestros antecesores primigenios, que daban vida a la realidad que tenían. Hombres que estaban expuestos a la lucha por la sobre vivencia de la especie. Y que para  conseguirla, se reunieron en esas cuevas, y acudieron a sus imaginaciones para que sus sueños se hicieran realidad. Habían orado a su manera, y se habían ido a su faena: A la caza.

Primero la soñaron dibujando los animales maestramente en las cavernas,  y después consiguieron lo que soñaban. El hombre comenzaba a entender algo sobre los sueños. Los antiguos que estuvieron indefensos ante las leyes de la naturaleza, para conseguir el sustento  abordaron primero a sus dioses  para que la caza del bisonte se hiciera realidad. Después supo que en esas  mismas  tierras, miles de centurias después, el Cid Campeador terminaría por expulsar a los Moros cabalgando muerto, y qué gracias a esa victoria un nuevo sueño para el hombre se haría realidad. Un nuevo mundo. Especies de animales y vegetales asombrarían a aquellos hombres, con los que nunca habían soñado. Pero una pesadilla vendría con esos sueños. Con los Moros  también se habían ido los judíos y con ellos todo lo que pudo ser prosperidad. El oro que  representaba para la mayoría que iba en pos de esas nuevas tierras, representaría el atraso para los españoles, mientras los ingleses con la revolución industrial serían los dueños del mundo, y con estos nuevos sueños, ideas de libertad que como nunca antes habían visto, presagiarían que todo cambiaría para siempre. Entonces aquel hombre comenzó a soñar. Según Germán Arciniegas en "El hombre del Dorado", esta leyenda sería el estímulo para que el sueño del manco de Lepanto escribiera El Quijote. Uno muy diferente a lo que  buscaban los que querían fama y fortuna en esas tierras descubiertas. Eran ideales representados en ese personaje que todavía sigue luchando contra las aspas de los molinos de viento.  Quiso venir a estas tierras, pero como no pudo, se conformó con escuchar y leer las aventuras de los conquistadores, y entre ellos las de Gonzalo Jiménez de Quezada. Un sueño que lo inmortalizaría. El hombre por fin hacía lo que sus contemporáneos querían: Soñaba. Y al soñar, generaría pesadillas iguales a las de los judíos. Entendió cómo tras esas nuevas tierras que  producían ensoñaciones, la avaricia por las riquezas materiales generaría conflictos. En medio de todos esos sueños otros idiomas con costumbres diferentes a las de Cervantes, con una religión más pragmática harían que la conquista del oeste atrajera multitudes que vislumbraban sueños de libertades. La leyenda del Dorado  desencadenó nuevas maneras de pensar. Vislumbró que tras a su sombra vendrían nuevas pesadillas. No todo lo que fulgía era oro ni progreso  porque  las guerras continuarían a pesar de esos sueños. Se imaginó entonces un país imaginario construido sobre un puente en el río más caudaloso del mundo, y en el que cabían las respuestas a las inquietudes que ningún ser humano había podido realizar. En las faldas de la mujer que representaba la estatua de la libertad,  supuso que los ejércitos modernos se extraviarían, y a cambio de muertos, flores  misteriosas se irían posesionando en los raudos corazones agitados, qué con tan sólo olerlas expelerían la paz y la felicidad que buscaban. Todos querían conseguir esos sueños. Y sin embargo las pesadillas continuarían, y los mismos hombres que querían que soñara, decidieron por último que no tenía ningún derecho a eso. La igualdad con la que soñaba, no era la misma de ellos. La libertad era una simple falacia. Estaba encadenada. Supo de verdades  que estaban ocultas. La codicia y la avaricia eran los dueños en esos mundos adonde el más indecente prosperaba. Esos sueños que aunque sueños, eran quimeras que desbordaban las inquietudes en la búsqueda de nuevas satisfacciones. Desde esa época el hombre continuó soñando. La Leyenda del Dorado se iría haciendo realidad. Las contradicciones seguirían.


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