El médico


Con cada paso que da pareciera que fuera a perder el equilibrio, y sin embargo  al dar el otro, vuelve y lo recupera. "Qué frío siente, me dice el amigo". En verdad, hacía frío. Con lo que alcanzó el dinero, nos tomamos unas cuantas cervezas. Conversamos de su profesión. Era médico. Médico de la universidad Nacional. Terminó hace unos pocos años. Ahorita mismo está trabajando en el hospital San Juan de Dios. Es el jefe del departamento de siquiatría. Eso dijo. Habla de medicina a toda hora. Qué su padre no lo quiso porque nació en un 24 de diciembre, y por ser muy católico nunca aceptó que un hijo suyo naciera el mismo día que Jesús. "Qué viejo tan pelotas, siguió diciendo". Fue-según él- muy dedicado a la ciencia desde muy niño, tanto que hizo los instrumentos más pequeños que el hombre ha imaginado. Pero la gran industria le robó parte de sus inventos, y helo aquí de empleado en uno de los mejores hospitales que tiene Colombia. No sé qué pensar. Lo conocí en el club de ajedrez Capablanca a donde va todos los días. Tal vez ha sido uno de los pocos sitios adonde los estudiantes desde las primeras horas de las mañanas separamos sillas y mesas para dedicarnos a estudiar todo el día. Allí frecuentan esmeralderos, detectives, apostadores de toda laya, comerciantes y empleados de diferentes organismos oficiales, y muchos otros personajes. También van intelectuales y políticos. Lee y lee. A veces dura horas interminables hojeando una sola página. Es más despacioso que el mismo tiempo. Cavila. Piensa. Sus escritos son de siquiatría. Los tiene en una talega que la carga para todos los lados que va. Según él, es dueño de una casa.
 -Le arriendo una pieza, me dice.
-Cuánto vale, le contesto.
-Cuando la vea, negociamos el precio, afirma.

Ibamos a verla en el instante que se acordó de unos papeles que tenía que llevar a un sitio que no quiso decir. "Mañana nos vemos, vuelve a decir".

Aquí todavía lo estoy esperando.

Antes de irse me contó un secreto. En el hospital, por ser para los de la jai (aristócratas, oligarcas y contrabandistas embusteros; o como quieran) no permiten que los médicos ni los estudiantes vayan sin corbata. El por ser muy porfiado, lleva corbatín. Me lo mostró. Lo tenía guardado en uno de los bolsillos del saco, raído de lo viejo, descolorido de la mugre, apelmazado. No es creyente por lo del papá. Pero si se lo encuentra en el cielo, se va para el infierno. Jura y re jura que así lo hará. Sí señor. Para despedirse se esculca los bolsillos y no encuentra un solo peso.
-Hermano, présteme para lo del bus, dice.

Después lo veo alejarse con la talega de papel en uno de sus sobacos. Anda rápido. A salticos. Llega hasta la avenida décima, y aborda un bus que va hasta el norte de la ciudad.