Era domingo y no tenía para pagar la pieza del hotel. En la madrugada
los establecimientos permanecían cerrados, y como la policía no dejaba
dormir a los menesterosos en las aceras de las calles, en los zaguanes de las
casas, o los edificios, pasó la noche andando por las calles solitarias de la
ciudad, tiritando de frío, y con mucho sueño.
Al otro día, muy de mañana fue a la cafetería de siempre a tomarse un
tinto. Más tarde, mientras esperaba a un amigo que probablemente le podría
conseguir un empleo, se dirigió a la biblioteca a leer un libro.
Sin darse cuenta, sentado en una de las sillas con los brazos
estirados, se quedó dormido.
Al rato se despertó. Llamó al bibliotecario y le preguntó el por qué no
trajo el libro que pidió.
-Me dio pena despertarlo, señor. Le respondió.
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