Hace siglos, un hombre robó las sombras de sus semejantes, saqueó las de los animales, despojó también a las de los astros del universo, y las escondió en lo más profundo de su corazón; de tal manera que solamente él quedó con su sombra rondando a donde fuera.
Así pasaron los años y las centurias. El calor de la tierra aumentó, su superficie se agrietó, especies animales desaparecieron, la fauna silvestre se fue agotando, y el ser humano angustiado por el ardimento solar, creyó que era el fin de su reinado en la naturaleza.
En tanto, el que robó las sombras tuvo sus tropiezos. Detrás de su sombra todos lo siguieron y formaron una hilera que se movía al unísono con él. Esto lo obligó a devolver las sombras a sus semejantes, apesadumbrado de no poderlas controlar. Desde aquella época el hombre pudo vivir tranquilo, y nada ni nadie existe sin sombra.
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