El tren del amor y del ensueño*



La partida dejaba en la parada de la estación una inmensa nube de vapor tras las chispas producidas por las ruedas al moverse sobre los rieles. Nadie, nadie sabía en qué momento partía. Era como si la visión del tren desapareciera para los pasajeros que no lograron abordar a tiempo, y que querían también aquella aventura imaginaria. Sólo nos dábamos cuenta que arrancamos cuando el portero nos dejaba entrar por la puerta del vagón cerca del maquinista. Cerrado el acceso, no había más preguntas por hacer. El tren marchaba a una velocidad increíble. Traspasaba el espacio sin dejarnos cuantificar el tiempo transcurrido. Pasábamos las ciudades con sus luces de neón alumbrándonos en las noches que más bien se parecían a los astronautas que sin la fuerza de gravedad flotaban en el espacio sideral entre los bólidos de luz que como ráfagas de aire expelían las estrellas que se alejaban en la inmensidad del firmamento. Sudorosos íbamos por los carriles llevados por el armazón que surcaba las distancias hiriendo el vacío a altas velocidades. Unas veces parecía que las estrellas rondaran por las ventanillas. Otras, la zona sideral dejaba manosear la oscuridad. Una suave melodía arrullaba a los pasajeros, y entonces teníamos la necesidad de disfrutar la aceleración cuando disminuía o aumentaba el tiempo de nuestras vidas a su antojo. Adentro no sentíamos  el escozor de este en los años de los corazones raudos.

Ibamos por pasillos galácticos en contra vía a la del tren. Hacíamos el amor en los instantes que los recuerdos se agolpaban para dejarnos la satisfacción de lo vivido. Jugábamos a la ruleta del futuro en uno de los vagones. Los primeros que entramos a la locomotora éramos los primeros en  regresar a la estación. Esto sucedía en el instante de recorrer todos los vagones a velocidades sin límites.  Afuera esperaban otros pasajeros que impacientes soñaban con celebrar su felicidad en los mundos que escrutaba el vehículo fugaz. La aguja del horario siempre marcaba la misma hora del día y del año en que lo  abordamos. Saboreábamos el futuro sin movernos del presente. Un viaje en el tren del amor y del ensueño. Al descender respirábamos nuevamente el aire de la ciudad inquieta como si la máquina no se hubiera movido de su sitio, mientras el firmamento satisfacía nuestras emociones. Una realidad inescrutable que perturbaba los ensueños. Un viaje eterno de la vida dentro de la inmensidad del cosmos.


*Un homenaje a la teoría de la relatividad de Einstein.