Me dicen la mechera. Por lo de las mechas, o sea por lo de la ropa. Así
lo decían hace años los que sabían de nuestro trabajo. Desde niña he sido así.
Acompañaba a mi mamá en este oficio. Mientras le preguntaba al dueño de algún
establecimiento por un artículo, lo envolvía con miles de artimañas para
entretenerlo, mientras muy disimuladamente me adentraba, escarbaba en las
vitrinas y sacaba lo que podía, y en especial el dinero. Sin más ni más nos escabullíamos.
Muchas veces nos pescaron, pero qué podían hacer si yo era una niña inquieta.
Parece que anteriormente estas se dedicaban a robar ropa. Esa era su
especialidad. Mientras una engañaba a un comerciante, la otra se escondía
debajo de las naguas alguna prenda, y se la llevaba entre las piernas. Pero no,
ahora nos llevamos todo lo que podemos, así sea una joya, un radio, cualquier
cosa que sea de valor. Por lo general trabajamos en grupo ya que solas no lo
podemos hacer. A veces mis compañeros hacen teatro, mientras el uno le pregunta
al dueño por cualquier mercancía, otro le coge al otro la cara para despistar a
los parroquianos, y así escabullirme con alguna cosa. Al final de la jornada
celebramos lo bien que nos haya ido. O si no, qué tal. Así soy. Muchos lo saben,
pero qué. Yo lo arriesgo todo, hasta mi vida, si es del caso. Qué más puedo
hacer. ¿Verdad?