No sé si Uds. recuerdan la historia del
minotauro en la cultura Griega. Yo
suelo confundirme, pues muchos
suponen que debería estar en el infierno. Son
confusiones. En el averno habita Mefistófeles, y en el cielo estamos
como en el cuento del escritor antioqueño Tomás Carrasquilla: "En la
diestra de Dios padre". En el laberinto el hombre anda por pasillos y
pasillos inescrutables con ninguna
posibilidad de escaparse del mito griego, como si por alguna culpa de amor o de
pasiones bajas, se estuviera condenado a morir bajo la férula del hombre toro.
Y en el averno tal y como lo dice Dante Alighieri en la Divina Comedia, están
condenados los que quiso que estuvieran
allí. Y es probable que se lo
merezcan. Pero así también hay otros,
como en el caso mío, se les antojó que debería irme para el infierno. Así fue
que durante años resulté en el averno, no por decisión mía,
sino por cuenta de estos. Claro que para
los que no lo entiendan, fui yo el que me metí en ese laberinto que
muchas veces confundo con el del
mino-tauro, o el del averno a donde los malos cristianos irremediablemente
terminan por purgar sus felonías. Claro que
con el arrepentimiento, todos pueden terminar en el cielo. Eleven sus
miradas y allá los verán.
No recuerdo desde cuándo, pero lo único
cierto, es que resulté en el malhadado infierno, y como si hubiera
cometido una canallada durante años y
años estuve en medio de sopores
misteriosos, abstraído de la realidad, mientras
los áulicos que ayudaron a
semejante tortura siniestra querían que
el ángel de la muerte me llevara al infierno. Siempre justificamos las
cosas. Y no es que yo me
crea un santo. Como todo mortal,
nos empecinamos muchas veces en creer
que somos los culpables, y ahí es
cuando los que sí deberían de estarlo,
justifican. Retozan en el Edén. Son las farsas a que todos estamos
acostumbrados. Se colocan sus caretas y
esconden sus envidias, sus rabias, sus iras disimuladas, sus ambiciones, y como
comparsas aúllan a los cuatro vientos que el malhadado está condenado a vivir
en la ignominia. Bostezan y se les sale las ambiciones.
Mientras estuve en ese infierno, salieron
como brujos y trataron porque quedara en ese exabrupto para siempre.
Sus vocecitas disimuladas y sus confabulaciones fueron muy parecidas a las del
Dante. Y ahora que respiro un poco el
aire que todos respiramos, todavía los
veo pensando cómo hacer para llevarme nuevamente a ese laberinto. Allí todo es
irreal, y el cual más se aprovecha de lo que sea con tal de
satisfacer sus apetitos. Es un estado mental,
en el que sí nos descuidamos, morimos sin darnos cuenta del por qué. Tal
vez pareciera que cometimos canalladas, pero no. Solo los infernales lo saben. Son los
demonios. Son los que instigan y justifican sus felonías para saborear la ignominia, y no saben ni entienden que
como mortales están condenados a vivir su propio averno, ya que vivirán de odios y de
rencores. No serán felices. Así es como el sudor en el laberinto que puede ser
en las profundidades de la tierra o del mar, nos hará creer que somos felices
satisfaciendo nuestros apetitos irracionales. Los mortales igual que los
dioses de los griegos, creemos que todo
lo tenemos, cuando en realidad somos pasajeros en este mundo. Tengan cuidado en no dejarse enredar en esos caos
terribles. Son peligrosos. Sus sombras son de pasiones y banalidades. No se
dejen confundir porqué los parafernales
estarán a la expectativa. Son como los fariseos. Viven de pasiones vanas. No
les importa confundir con sus lengüitas
a cualquiera. Son nefandos y mortales.